lunes, 18 de abril de 2016

PROCOPIO GAMBOA RODRÍGUEZ (I)
Fundador de una familia que en el país goza de merecías simpatías, Procopio Gamboa Rodríguez nació en la ciudad de Alajuela el 24 de noviembre de 1836. Hijo, de Ramón Gamboa y Joaquina Rodríguez” (Diario de Costa Rica: 24 de noviembre de 1936).
La infancia de Procopio transcurrió en los primeros años del cantón ramonense.  Un reporte viejo sobre su participación en actividades públicas es presentado por su nieto Arturo Moncada Gamboa en su historia de San Ramón (2002), cuando refiere que:
“San Ramón por aquel entonces no tenía absolutamente comunicación con Esparta.  Separaba a ambas poblaciones espesos y solitarios bosques.  A los señores Pío Alvarado Arrieta y Procopio Gamboa, tocóles hacer el trazo de una  ‘picada’, que después ampliada y compuesta fue el camino por donde pasó en 1851, cuando vino a tomar posesión de su cargo y en gira rápida por los pueblos de Alajuela, el primero y muy ilustre Obispo de Costa Rica, don Anselmo Llorente y La Fuente, oriundo de Cartago” (pp. 24-25).
Para 1856 Procopio y sus hermanos participaron en la Campaña Nacional contra los filibusteros.  En este conjunto de batallas, los ramonenses demostraron su valentía como patriotas costarricenses.  Debe aclararse que en esta época el país no contaba con un ejército nacional, por lo cual sus ciudadanos fueron los convocados por el entonces Presidente Juan Rafael Mora Porras para sumarse a las filas de un improvisado grupo de soldados.
 
El grupo ramonense era comandado por Ramón Rodríguez Solórzano, tío suyo, cuando el 3 de noviembre de 1855 se reunió el pueblo en Asamblea Cívica presidida por el cura párroco, Ramón de los Ángeles Saborío y el señor Rodríguez, en sus funciones de Alcalde.  Por estos méritos Rodríguez fue elevado al grado de Capitán. En esta cita se levanta un acta de adhesión al Supremo Gobierno de la República, presidido por el Presidente Mora.  El documento ofrecía apoyo moral y físico en la defensa de la soberanía nacional (Ángela Quesada, ídem, pp. 52, 55, 57, 58 y 63 y Rafael Lino Paniagua (2002), p. 50).
Como resultado de esto, 9 ramonenses resultaron heridos en la Batalla de Rivas (Nicaragua, 11 de abril de 1856)  y otros 260 costarricenses fueron lesionados.
 
Otro grupo era jefeado por el Coronel Alvarado, quien al parecer era un poco inseguro pues sin conocer la ruta equivocó el camino, por lo cual llegaron al lugar habitado por los indios guatusos, quienes los atacaron.

 
 


El objetivo de este grupo era llegar al Lago de Nicaragua, entrando por el Río San Carlos.  Por ahí pasarían a Rivas, con la intención de abrir un segundo frente (Quesada, ídem, p. 56, Trino Echavarría, pp. 16, 39, 40).
“En una de esas luchas encarnizadas contra los indios, Diego Gamboa, hermano de mi padre, fue alcanzado por una lanza, la cual se le alojó en el pecho, con tan mala suerte que se quebró, Mi papá tuvo que sacarle el pedazo de lanza con los dientes.  Para pararle la hemorragia se valieron de ceniza de puro y de ciertas hierbas que abundan en la montaña.  Mi tío Diego les pedía el favor que lo dejaran y siguieran ellos adelante, pero no fue así, porque se lo llevaron. No se murió.
  A los pocos días de haber sucedido este caso, volvieron a tener encuentros con los indios, pero ya no tan serios.  Llegó el momento en que al querer sacar algo de alimento del morral, lo que sacaron fue gusanos.  Hubo un desconcierto momentáneo entre este batallón de voluntarios por el agotamiento físico y también por la escasez de alimento, pero esto no les preocupaba puesto que en aquellas montañas salvajes se encontraban variedad de animales comestibles, tales como cariblancos, cabros, venados y un sinnúmero más.  La preocupación más grande fue que el jefe de este batallón al verse en la situación que se encontraba los dejó abandonados y huyó.  Sin embargo, ellos no desmayaron y siguieron adelante hasta llegar a Rivas. ¡Cuál fue la desilusión de los moncheños que cuando llegaron a Rivas, la guerra del 56 ya había terminado!  Optaron por regresarse por la misma picada o brecha que ellos habían hecho para San Ramón.  Días después, cuando llegaron a su pueblo natal fueron recibidos con pompas y platillos y a mi padre y a esos valientes hombres los condecoraron con la medalla de honor”. (Gamboa, Eloisa: 1977) (Se retoma en Ángela Quesada, ídem, p. 57 y en Arturo Moncada, ídem, pp. 28-29).

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