PROCOPIO
GAMBOA RODRÍGUEZ (I)
“
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La infancia de Procopio transcurrió en los primeros
años del cantón ramonense. Un reporte
viejo sobre su participación en actividades públicas es presentado por su nieto
Arturo Moncada Gamboa en su historia de San Ramón (2002), cuando refiere que:
“San Ramón por aquel entonces no tenía
absolutamente comunicación con Esparta.
Separaba a ambas poblaciones espesos y solitarios bosques. A los señores Pío Alvarado Arrieta y Procopio
Gamboa, tocóles hacer el trazo de una
‘picada’, que después ampliada y compuesta fue el camino por donde pasó
en 1851, cuando vino a tomar posesión de su cargo y en gira rápida por los
pueblos de Alajuela, el primero y muy ilustre Obispo de Costa Rica, don Anselmo
Llorente y La Fuente, oriundo de Cartago” (pp. 24-25).
Para 1856 Procopio y sus hermanos participaron en
la Campaña Nacional contra los filibusteros.
En este conjunto de batallas, los ramonenses demostraron su valentía
como patriotas costarricenses. Debe
aclararse que en esta época el país no contaba con un ejército nacional, por lo
cual sus ciudadanos fueron los convocados por el entonces Presidente Juan
Rafael Mora Porras para sumarse a las filas de un improvisado grupo de
soldados.
El grupo ramonense
era comandado por Ramón Rodríguez Solórzano, tío suyo, cuando el 3 de noviembre
de 1855 se reunió el pueblo en Asamblea Cívica presidida por el cura párroco,
Ramón de los Ángeles Saborío y el señor Rodríguez, en sus funciones de
Alcalde. Por estos méritos Rodríguez fue
elevado al grado de Capitán. En esta cita se levanta un acta de adhesión al
Supremo Gobierno de la República, presidido por el Presidente Mora. El documento ofrecía apoyo moral y físico en
la defensa de la soberanía nacional (Ángela Quesada, ídem, pp. 52, 55, 57, 58 y
63 y Rafael Lino Paniagua (2002), p. 50).
Como resultado de
esto, 9 ramonenses resultaron heridos en la Batalla de Rivas (Nicaragua, 11 de
abril de 1856) y otros 260
costarricenses fueron lesionados.
Otro grupo era
jefeado por el Coronel Alvarado, quien al parecer era un poco inseguro pues sin
conocer la ruta equivocó el camino, por lo cual llegaron al lugar habitado por
los indios guatusos, quienes los atacaron.
El objetivo de este
grupo era llegar al Lago de Nicaragua, entrando por el Río San Carlos. Por ahí pasarían a Rivas, con la intención de
abrir un segundo frente (Quesada, ídem, p. 56, Trino Echavarría, pp. 16, 39,
40).
“En
una de esas luchas encarnizadas contra los indios, Diego Gamboa, hermano de mi
padre, fue alcanzado por una lanza, la cual se le alojó en el pecho, con tan
mala suerte que se quebró, Mi papá tuvo que sacarle el pedazo de lanza con los
dientes. Para pararle la hemorragia se
valieron de ceniza de puro y de ciertas hierbas que abundan en la montaña. Mi tío Diego les pedía el favor que lo
dejaran y siguieran ellos adelante, pero no fue así, porque se lo llevaron. No
se murió.
A los pocos días de haber sucedido este caso,
volvieron a tener encuentros con los indios, pero ya no tan serios. Llegó el momento en que al querer sacar algo
de alimento del morral, lo que sacaron fue gusanos. Hubo un desconcierto momentáneo entre este
batallón de voluntarios por el agotamiento físico y también por la escasez de
alimento, pero esto no les preocupaba puesto que en aquellas montañas salvajes
se encontraban variedad de animales comestibles, tales como cariblancos,
cabros, venados y un sinnúmero más. La
preocupación más grande fue que el jefe de este batallón al verse en la
situación que se encontraba los dejó abandonados y huyó. Sin embargo, ellos no desmayaron y siguieron
adelante hasta llegar a Rivas. ¡Cuál fue la desilusión de los moncheños que
cuando llegaron a Rivas, la guerra del 56 ya había terminado! Optaron por regresarse por la misma picada o
brecha que ellos habían hecho para San Ramón.
Días después, cuando llegaron a su pueblo natal fueron recibidos con
pompas y platillos y a mi padre y a esos valientes hombres los condecoraron con
la medalla de honor”. (Gamboa, Eloisa: 1977) (Se retoma en Ángela Quesada,
ídem, p. 57 y en Arturo Moncada, ídem, pp. 28-29).
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