2.2. La naturaleza del Conquistador y el prestigio
familiar
E
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Natural es que los
conquistadores y los colonos cayeran en esta condición, máxime si se reconoce
que en España este tipo de condicionamiento era bastante frecuente en la
época. Si aún hoy en día es factible la
medición de estos conceptos, con mayor naturalidad es asumir que hace 550 años
sería un criterio de mayor peso, sobre todo amparado y cobijado por una
tradición monárquica que se alimentaba de la introducción y sostenimiento de
figuras nobiliarias que rindieran honor y tributo en garante de la legitimación
de su nivel. Por eso, este tipo de criterio privará en la documentación que irá
acompañando las páginas que prosiguen a continuación:
“Vamos a
mencionar únicamente un grupo de fundadores que aparece con no menos de tres
vínculos con otras familias fundadores.
Se trata de seis personas (…) Tal
es el caso de Cristóbal de Chaves, aliado de los López de Ortega y Alfaro, de
Sebastián López de Quesada, vinculado a Gaspar Delgado y su descendencia, de
Pedro de la Portilla, ligado a la casa de Juan de Solano, y Jerónimo Felipe,
ligado a la casa de Juan López de Ortega.
Nos quedan en consecuencia dos fundadores. Uno es el guatemalteco Bartolomé Sánchez,
casado con Inés Álvarez Pereira, y que se liga a la casa de Juan de Peñaranda y
a la de Diego de Artieda Chirino, como lógica consecuencia. El otro es Gaspar de Chinchilla, quien se
casó con una hija de Matías de Palacios, otro fundador, que a su vez estaba
casado con la hija de otro fundador, Domingo Hernández. Vamos a encontrar en consecuencia
que en análisis de los vínculos familiares al través de las familias con
mayores relaciones con los fundadores, nos llevan una vez más al convencimiento de que la polarización en
torno a determinados troncos básicos, se hace más evidente” (Meléndez, Carlos,
1982, p. 156).
No puede pretenderse
en Costa Rica hablar de un grupo dominante consolidado por excelencia.
La igualdad colonial
solo dejaba espacio para la discriminación étnica, pero no permitía de modo
alguno la generación y el mantenimiento de segregaciones en materia económica. El colono de la provincia carecía de
elementos de distinción, por lo cual hasta tenía que cavar la tierra con sus
propias manos.
Esta condición no se
sostendría por mucho tiempo, pero denota que la diferenciación en “clases” para
usar un término de época, no era entonces particularmente significativa.
“Fue
con hijos de familias nobles que Vázquez pudo conquistar la provincia y fundar
la ciudad de Cartago. Trabaron amistad
por sus hazañas comunes y eventualmente dicha amistad fue fortalecida por las
numerosas uniones familiares que contrajeron sus hijos. Así se constituyó un grupo que, desde el
principio, iba a dejar su huella en la estructura socio-política de Costa
Rica. Cuando Vázquez afirmaba: ‘es
propio de la nación española acometer hechos que excedan a todo género de
grande”, no estaba muy lejos de la verdad, aunque difícilmente podría suponer
en ese entonces que cuatro siglos más tarde, él habría engendrado 29 de los 44
Jefes de Estado quienes a partir de la Independencia dirigirían la nación que
acababa de fundar.
Una
vista en conjunto permite comprobar que este episodio constituye uno de los
capítulos más interesantes de la historia de Costa Rica, ya que son raros los
ejemplos de un grupo de familias que dirige a una sociedad durante tanto
tiempo. La nobleza de los primeros protagonistas les permitió monopolizar el
mecanismo gubernamental durante cuatro siglos” (Samuel Stone, 1975, pp. 51-52).
La vida del siglo
XVIII era bastante rústica. No habían
grandes e importantes tecnologías;
edificaciones de trascendencia; sectores comerciales, mineros o
agrícolas consolidados; ni nada que permitiera inferir la existencia de grupos
sostenidos por otra cosa que no fuera simplemente el color de la piel. Cosa diferente a la Costa Rica que habría
de cerrar el siglo XIX.
La historia registra
que en esta vida cotidiana, un tanto sui géneris (comparándose con los moldes
de desarrollo de los países latinoamericanos
[y sin ir muy lejos centroamericanos])
no se ofrecían mayores atractivos, ni un estilo social en los compases
de la época. Dentro de los mayores
diferenciadores sociales, podía citarse el lugar de residencia. Vivir en Cartago era un lujo que relativamente
pocos podrían darse. Obviamente
implicaba la tenencia los terrenos más caros y de más difícil obtención.
Señala Castro (1992)
que “la gente que tenía mayores recursos no solo tenía derecho a tener sus
casas muy cerca de la plaza, sino que se convertía en la aristocracia de la
nueva ciudad” (p. 95). Evidentemente
marcaría posición y distinción, no solo en la metrópoli cartaga, sino en
cualquiera de las nuevas poblaciones que se fundaran, aún y cuando la capital
estuvo ubicada en San José desde los inicios del siglo XIX. Eso sí, el centro cosmopolita seguiría
siendo la cuna de la más asentada
sociedad. No se olvide que las raíces de
la colonización descansan aquí.
En este conflicto del
valor de la propiedad, no se puede dejar
de considerar la aparición de fenómenos “celestiales” patrocinados, sin duda,
por ricos terratenientes que (poseedores de los controles políticos y
religiosos) se encargarían de difundir la idea de que el santo o la virgen local había escogido su
lugar de residencia (donde debía
construirse el templo parroquial.
Alrededor de estos se establecería la urbanística local, usualmente
mediante el sistema español del Plano de Damero.
Un episodio
interesante y que demuestra la identidad del tico lo señala
Castro (1992) citando a Meléndez (1992):
“Hay un caso que yo cito mucho, es el de don
Sebastián de Zamora, que se asentó donde hoy es Santo Domingo de Heredia. Don Sebastián iba a misa los domingos a
Cartago y era procedente de la ilustre casa de Zamora de Andalucía. Entonces, para él para mantener su nobleza
declara ser vecino de la ciudad de Cartago, y cuando daba sus datos decía:
‘soy vecino de Cartago, pero residente
de Barba de Heredia. Vivía en Barba,
pero se decía de Cartago, donde tenía casa, para conservar su nobleza y
condición de aristócrata” (pp. 98-99).
Dos elementos son
interesantes: la necesidad de ostentar y la predominancia de grupos según
región. Y es que el fenómeno de
“lucirse” respondía a una situación meramente de imagen, porque no existía gran
propiedad de medios de producción o de riquezas respaldadas en densas fortunas. Tampoco existían líneas heráldicas de alguna
importancia. Es falso el argumento de
que en Costa Rica residieron alguna vez las más nobles casas españolas. Debe volverse a manifestar que en Costa Rica
nunca ha existido vinculación con la nobleza europea, responsable de la
colonización del territorio nacional. En
esto algunos historiadores difieren, muy en la posición del Homero de la Grecia
clásica que establecía líneas genealógicas con los dioses, por encargo de los
grupos de poder.
En realidad los
primeros pobladores no representan las dinastías nobles ibéricas. Visto en crudo, y tomando como apoyo las
genealogías de Monseñor Sanabria (1928) citado por De la Cruz, et. al. (1989,
p. 167) se comprobará que entre los conquistadores, habían representaciones de
diversos grupos y estratos.
Tabla
Nº 1
Procedencia
de los pobladores emigrantes de Europa que llegaron a Costa Rica y fundaron las
primeras familias en el siglo XVI, según resumen genealógico de Monseñor Víctor
Manuel Sanabria
Lugar
de origen Número % % de españoles
Andalucía 86 19,35 39,50
Extremadura 18 3,50 8,30
Castilla
la Nueva 18 3,50 8,30
Castilla
la Vieja 11 2,50 5,00
León 17 3,82 7,80
Provincias
Vascongadas 26 5,85 12,00
Otros
europeos 42 9,45 19,30
Galicia 18 3,75 8,30
Valencia,
Cataluña y Baleares 14 3,15 6,40
Aragón 4 0,90 1,18
Murcia 3 0,67 1,40
Navarra 8 1,80 3,70
Asturias 13 2,90 6.00
Canarias 9 2,02 4,10
Otras
procedencias internas 24 5,40 11,00
Otros
orígenes:
América
Central 109 24,50
Sudamérica 13 2,92
México
y las Antillas 11 2,47
Estados
Unidos 1 0,22
Total
General 443
personas
Fuente:
De la Cruz, Tomo II, 1989, p. 167.
Puede notarse que no
había gran preponderancia de españoles “puros” en esta inmigración primera, y
que en tal caso no venían representando bloques de poder. Cabe entonces plantear ¿quiénes fueron los
que arribaron en estas expediciones?
Algunos historiadores afirman que había entre los conquistadores una
cuota de “maleantes”. A esta altura, las
afirmaciones de estas épocas deberían ser examinadas con mayor cuidado. Total las cosas que decían, no correspondían
a un sentido de la verdad como el que se maneja en la época actual.
“Según el eminente historiador
costarricense, Norberto Castro y Tossi en Costa Rica, esta clase, dominada por
el Estado de Hidalguía, estaba constituida por siete clases de personas. En primer lugar estaban los caballeros
hijosdalgos propios de las islas occidentales y residentes del vecindario de
Cartago, luego venían los hijosdalgos de Probaduría de sangre ‘descendientes de
los pobladores de Indias, y que no habían tenido las pruebas de su hidalguía
paterna’. Aunque en España eran
solamente ciudadanos de Costa Rica ‘gozaban de todos los privilegios de los
hidalgos en Castilla’. En tercer lugar
venían los hijosdalgos de Probaduría de Privilegio, cuya ‘hidalguía valía para
todas las Indias Occidentales y Orientales, pero no era válida en España, en
casos de justicia. (…) En cuarto lugar estaban los segundones de las tres
categorías mencionadas. (…) ‘Todos [los miembros de esta clase en Indias]
fueron beneméritos, al probar el entronque por cualquier vía, masculina o
femenina, con o sin quiebra, con los primeros conquistadores, pacificadores y
primeros pobladores de las Indias, y como tales tenía el privilegio exclusivo a
los Regidorazgos, y de ser preferidos para la elección a los cargos de
justicia… y para los demás cargos de República (El Cabildo), así como también
en los Oficios del Real Servicio, civiles y militares’. En quinto lugar venían
los hijos de españoles nobles y de Indias no sujetos a tributo, y finalmente
los caciques o indios nobles así como los descendientes en línea recta. Los cargos políticos que ejercieron los
miembros de esta clase y en particular el de regidor, fueron comprados en el
siglo XVI, pero se atribuyeron muy rápidamente ad vitam y llegaron a ser
hereditarios. En la cumbre de la
jerarquía social estaban los Españoles de la Península, quienes monopolizaban
los más altos cargos de la Iglesia y del Gobierno” (Samuel Stone, 1975, pp. 52-53).
Todas estas
consideraciones de carácter social, algunas de ellas pesadas en los contextos
contemporáneos llevan a muchas especulaciones.
Por un lado el ser humano siempre
tendrá una necesidad de distinción sobre sus iguales, para que de este modo no
lo sean realmente. No obstante, este
comportamiento se manifiesta desde que el mundo es mundo y no se piensa por
ello en cambiarse.
Por otra parte,
sugiere que las posiciones se habrían de definir en términos concretos, e
indudablemente del conocimiento colectivo.
Esta estratificación no resulta por ende, ni nueva, ni especialmente
sorprendente. Tal vez lo único novedoso
a este respecto es la incorporación de los caciques indios en esta estructura
(no así los indios propiamente dichos).
Las diversas
discusiones llevan evidentemente al sostenimiento de privilegios concretos que
Samuel Stone (1975) resume en los términos siguientes:
“Los
miembros de la hidalguía tenían ciertos derechos y privilegios; por ejemplo
podían utilizar el título de ‘Don’ o ‘Doña’’ no podían ser encarcelados por
deudas, ni condenados a una pena infamante, y como ya lo hemos mencionado,
tenían el derecho exclusivo de ser regidores, alcalde ordinario, miembros de la
Santa Hermandad, etc. por orden preferencial.
Esta estructura social altamente jerarquizada explica la concentración
del poder en la sociedad colonial” (pp. 53-54).
Bajo estos
lineamientos surgirá luego la denominación de familia patricia, que fue propio
de la época colonial para referirse a familias que ostentaban rangos de
hidalguía, no necesariamente de nobleza.
A este tema Castro y Tossi dedica especial atención en la Revista de la
ACCG, Nº 22 (1975, pp. 11-20).
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