lunes, 10 de noviembre de 2014



2.2. La naturaleza del Conquistador y el prestigio familiar
E

n la época colonial costarricense, como se ha venido comentando privará ante todo la naturaleza en torno a la necesidad de destacar socialmente de los habitantes, como vehículo para el reconocimiento individual y grupal.  Tendencia, hasta cierto punto empalagosa del ser humano es ser tomado en consideración.  El deseo de destacar en un grupo obliga a la adopción sistematizada de patrones de referencia y de reconocimiento.

Natural es que los conquistadores y los colonos cayeran en esta condición, máxime si se reconoce que en España este tipo de condicionamiento era bastante frecuente en la época.  Si aún hoy en día es factible la medición de estos conceptos, con mayor naturalidad es asumir que hace 550 años sería un criterio de mayor peso, sobre todo amparado y cobijado por una tradición monárquica que se alimentaba de la introducción y sostenimiento de figuras nobiliarias que rindieran honor y tributo en garante de la legitimación de su nivel. Por eso, este tipo de criterio privará en la documentación que irá acompañando las páginas que prosiguen a continuación:

 “Vamos a mencionar únicamente un grupo de fundadores que aparece con no menos de tres vínculos con otras familias fundadores.  Se trata de seis personas (…)  Tal es el caso de Cristóbal de Chaves, aliado de los López de Ortega y Alfaro, de Sebastián López de Quesada, vinculado a Gaspar Delgado y su descendencia, de Pedro de la Portilla, ligado a la casa de Juan de Solano, y Jerónimo Felipe, ligado a la casa de Juan López de Ortega.  Nos quedan en consecuencia dos fundadores.  Uno es el guatemalteco Bartolomé Sánchez, casado con Inés Álvarez Pereira, y que se liga a la casa de Juan de Peñaranda y a la de Diego de Artieda Chirino, como lógica consecuencia.  El otro es Gaspar de Chinchilla, quien se casó con una hija de Matías de Palacios, otro fundador, que a su vez estaba casado con la hija de otro fundador, Domingo Hernández. Vamos a encontrar en consecuencia que en análisis de los vínculos familiares al través de las familias con mayores relaciones con los fundadores, nos llevan una vez más al  convencimiento de que la polarización en torno a determinados troncos básicos, se hace más evidente” (Meléndez, Carlos, 1982, p. 156).

No puede pretenderse en Costa Rica hablar de un grupo dominante consolidado por excelencia. 

La igualdad colonial solo dejaba espacio para la discriminación étnica, pero no permitía de modo alguno la generación y el mantenimiento de segregaciones en materia económica.  El colono de la provincia carecía de elementos de distinción, por lo cual hasta tenía que cavar la tierra con sus propias manos.



Esta condición no se sostendría por mucho tiempo, pero denota que la diferenciación en “clases” para usar un término de época, no era entonces particularmente significativa.

“Fue con hijos de familias nobles que Vázquez pudo conquistar la provincia y fundar la ciudad de Cartago.  Trabaron amistad por sus hazañas comunes y eventualmente dicha amistad fue fortalecida por las numerosas uniones familiares que contrajeron sus hijos.  Así se constituyó un grupo que, desde el principio, iba a dejar su huella en la estructura socio-política de Costa Rica.  Cuando Vázquez afirmaba: ‘es propio de la nación española acometer hechos que excedan a todo género de grande”, no estaba muy lejos de la verdad, aunque difícilmente podría suponer en ese entonces que cuatro siglos más tarde, él habría engendrado 29 de los 44 Jefes de Estado quienes a partir de la Independencia dirigirían la nación que acababa de fundar.

Una vista en conjunto permite comprobar que este episodio constituye uno de los capítulos más interesantes de la historia de Costa Rica, ya que son raros los ejemplos de un grupo de familias que dirige a una sociedad durante tanto tiempo. La nobleza de los primeros protagonistas les permitió monopolizar el mecanismo gubernamental durante cuatro siglos” (Samuel Stone, 1975, pp. 51-52).

La vida del siglo XVIII era bastante rústica.  No habían grandes e importantes tecnologías;  edificaciones de trascendencia; sectores comerciales, mineros o agrícolas consolidados; ni nada que permitiera inferir la existencia de grupos sostenidos por otra cosa que no fuera simplemente el color de la piel.    Cosa diferente a la Costa Rica que habría de cerrar el siglo XIX. 

La historia registra que en esta vida cotidiana, un tanto sui géneris (comparándose con los moldes de desarrollo de los países latinoamericanos  [y sin ir muy lejos centroamericanos])  no se ofrecían mayores atractivos, ni un estilo social en los compases de la época.  Dentro de los mayores diferenciadores sociales, podía citarse el lugar de residencia.  Vivir en Cartago era un lujo que relativamente pocos podrían darse.  Obviamente implicaba la tenencia los terrenos más caros y de más difícil obtención. 

Señala Castro (1992) que “la gente que tenía mayores recursos no solo tenía derecho a tener sus casas muy cerca de la plaza, sino que se convertía en la aristocracia de la nueva ciudad” (p. 95).  Evidentemente marcaría posición y distinción, no solo en la metrópoli cartaga, sino en cualquiera de las nuevas poblaciones que se fundaran, aún y cuando la capital estuvo ubicada en San José desde los inicios del siglo XIX.  Eso sí, el centro cosmopolita seguiría siendo  la cuna de la más asentada sociedad.  No se olvide que las raíces de la colonización descansan aquí.



En este conflicto del valor de la propiedad, no  se puede dejar de considerar la aparición de fenómenos “celestiales” patrocinados, sin duda, por ricos terratenientes que (poseedores de los controles políticos y religiosos) se encargarían de difundir la idea de que el  santo o la virgen local había escogido su lugar de residencia  (donde debía construirse el templo parroquial.  Alrededor de estos se establecería la urbanística local, usualmente mediante el sistema español del Plano de Damero.   

Un episodio interesante y que demuestra la identidad del tico  lo señala  Castro (1992) citando a Meléndez (1992):

“Hay un caso que yo cito mucho, es el de don Sebastián de Zamora, que se asentó donde hoy es Santo Domingo de Heredia.  Don Sebastián iba a misa los domingos a Cartago y era procedente de la ilustre casa de Zamora de Andalucía.  Entonces, para él para mantener su nobleza declara ser vecino de la ciudad de Cartago, y cuando daba sus datos decía: ‘soy  vecino de Cartago, pero residente de Barba de Heredia.  Vivía en Barba, pero se decía de Cartago, donde tenía casa, para conservar su nobleza y condición de aristócrata” (pp. 98-99).

Dos elementos son interesantes: la necesidad de ostentar y la predominancia de grupos según región.  Y es que el fenómeno de “lucirse” respondía a una situación meramente de imagen, porque no existía gran propiedad de medios de producción o de riquezas respaldadas en densas fortunas.  Tampoco existían líneas heráldicas de alguna importancia.  Es falso el argumento de que en Costa Rica residieron alguna vez las más nobles casas españolas.  Debe volverse a manifestar que en Costa Rica nunca ha existido vinculación con la nobleza europea, responsable de la colonización del territorio nacional.  En esto algunos historiadores difieren, muy en la posición del Homero de la Grecia clásica que establecía líneas genealógicas con los dioses, por encargo de los grupos de poder.

En realidad los primeros pobladores no representan las dinastías nobles ibéricas.  Visto en crudo, y tomando como apoyo las genealogías de Monseñor Sanabria (1928) citado por De la Cruz, et. al. (1989, p. 167) se comprobará que entre los conquistadores, habían representaciones de diversos grupos y estratos.

Tabla Nº 1
Procedencia de los pobladores emigrantes de Europa que llegaron a Costa Rica y fundaron las primeras familias en el siglo XVI, según resumen genealógico de Monseñor Víctor Manuel Sanabria

                       
Lugar de origen                                                                                                           Número                                 %                              %  de españoles

Andalucía                                                                                                                           86                                      19,35                                 39,50
Extremadura                                                                                                                      18                                      3,50                                   8,30
Castilla la Nueva                                                                                                               18                                      3,50                                   8,30
Castilla la Vieja                                                                                                                  11                                      2,50                                   5,00
León                                                                                                                                    17                                      3,82                                   7,80
Provincias Vascongadas                                                                                                   26                                      5,85                                   12,00
Otros europeos                                                                                                                   42                                      9,45                                   19,30
Galicia                                                                                                                                 18                                      3,75                                   8,30
Valencia, Cataluña y Baleares                                                                                         14                                      3,15                                   6,40
Aragón                                                                                                                                4                                        0,90                                   1,18
Murcia                                                                                                                                3                                        0,67                                   1,40
Navarra                                                                                                                              8                                        1,80                                   3,70
Asturias                                                                                                                               13                                      2,90                                   6.00
Canarias                                                                                                                              9                                        2,02                                   4,10
Otras procedencias internas                                                                                            24                                      5,40                                   11,00

Otros orígenes:

América Central                                                                                                                109                                    24,50
Sudamérica                                                                                                                        13                                      2,92
México y las Antillas                                                                                                         11                                      2,47
Estados Unidos                                                                                                                  1                                        0,22

Total General                                                                                                                     443 personas

Fuente: De la Cruz, Tomo II, 1989, p. 167.
                                               




Puede notarse que no había gran preponderancia de españoles “puros” en esta inmigración primera, y que en tal caso no venían representando bloques de poder.  Cabe entonces plantear ¿quiénes fueron los que arribaron en estas expediciones?  Algunos historiadores afirman que había entre los conquistadores una cuota de “maleantes”.  A esta altura, las afirmaciones de estas épocas deberían ser examinadas con mayor cuidado.  Total las cosas que decían, no correspondían a un sentido de la verdad como el que se maneja en la época actual.

“Según el eminente historiador costarricense, Norberto Castro y Tossi en Costa Rica, esta clase, dominada por el Estado de Hidalguía, estaba constituida por siete clases de personas.  En primer lugar estaban los caballeros hijosdalgos propios de las islas occidentales y residentes del vecindario de Cartago, luego venían los hijosdalgos de Probaduría de sangre ‘descendientes de los pobladores de Indias, y que no habían tenido las pruebas de su hidalguía paterna’.  Aunque en España eran solamente ciudadanos de Costa Rica ‘gozaban de todos los privilegios de los hidalgos en Castilla’.  En tercer lugar venían los hijosdalgos de Probaduría de Privilegio, cuya ‘hidalguía valía para todas las Indias Occidentales y Orientales, pero no era válida en España, en casos de justicia. (…) En cuarto lugar estaban los segundones de las tres categorías mencionadas. (…) ‘Todos [los miembros de esta clase en Indias] fueron beneméritos, al probar el entronque por cualquier vía, masculina o femenina, con o sin quiebra, con los primeros conquistadores, pacificadores y primeros pobladores de las Indias, y como tales tenía el privilegio exclusivo a los Regidorazgos, y de ser preferidos para la elección a los cargos de justicia… y para los demás cargos de República (El Cabildo), así como también en los Oficios del Real Servicio, civiles y militares’. En quinto lugar venían los hijos de españoles nobles y de Indias no sujetos a tributo, y finalmente los caciques o indios nobles así como los descendientes en línea recta.  Los cargos políticos que ejercieron los miembros de esta clase y en particular el de regidor, fueron comprados en el siglo XVI, pero se atribuyeron muy rápidamente ad vitam y llegaron a ser hereditarios.  En la cumbre de la jerarquía social estaban los Españoles de la Península, quienes monopolizaban los más altos cargos de la Iglesia y del Gobierno” (Samuel Stone, 1975, pp. 52-53).

Todas estas consideraciones de carácter social, algunas de ellas pesadas en los contextos contemporáneos llevan a muchas especulaciones.  Por  un lado el ser humano siempre tendrá una necesidad de distinción sobre sus iguales, para que de este modo no lo sean realmente.  No obstante, este comportamiento se manifiesta desde que el mundo es mundo y no se piensa por ello en cambiarse.



Por otra parte, sugiere que las posiciones se habrían de definir en términos concretos, e indudablemente del conocimiento colectivo.  Esta estratificación no resulta por ende, ni nueva, ni especialmente sorprendente.  Tal vez lo único novedoso a este respecto es la incorporación de los caciques indios en esta estructura (no así los indios propiamente dichos). 

Las diversas discusiones llevan evidentemente al sostenimiento de privilegios concretos que Samuel Stone (1975) resume en los términos siguientes:

 “Los miembros de la hidalguía tenían ciertos derechos y privilegios; por ejemplo podían utilizar el título de ‘Don’ o ‘Doña’’ no podían ser encarcelados por deudas, ni condenados a una pena infamante, y como ya lo hemos mencionado, tenían el derecho exclusivo de ser regidores, alcalde ordinario, miembros de la Santa Hermandad, etc. por orden preferencial.  Esta estructura social altamente jerarquizada explica la concentración del poder en la sociedad colonial” (pp. 53-54).

Bajo estos lineamientos surgirá luego la denominación de familia patricia, que fue propio de la época colonial para referirse a familias que ostentaban rangos de hidalguía, no necesariamente de nobleza.  A este tema Castro y Tossi dedica especial atención en la Revista de la ACCG, Nº 22 (1975, pp.  11-20).


 

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