CAPÍTULO I
ESTUDIO E INVESTIGACIÓN DE HERÁLDICA
Y GENEALOGÍA EN COSTA RICA
El estudio
de la genealogía familiar es esencialmente complejo. No solo involucra larguísimas horas de labor, de búsqueda, de equivocaciones o de falsas ilusiones. Se puede trabajar horas en una línea familiar
que se cree correcta, y al cabo de las mismas descubrir que era simplemente una
errónea expectativa.
Involucra
recopilar volúmenes importantes de documentación que procede de diversas
fuentes. El recurso de poder fotocopiar
muchos de estos materiales, no solo afecta el bolsillo, sino que en un momento
determinado se transforma en un caudal
de informaciones que se hacen difíciles de asimilar.
Luego de
largas horas se identifican algunos nombres que se iban recordando, pero que al
final nada tenían que ver con la rama o familia que se estaba buscando. Solamente habían quedado allí como retazos de
una lectura anterior, o peor, de una de esas búsquedas abortadas con
anterioridad.
Dar el
trabajo por terminado, también es complejo: Nunca se ha hecho lo suficiente y
siempre queda labor pendiente. Al darse
cuenta, pueden ser ya las tres de la mañana.
Problema es cuando esto va pasando varios días seguidos.
La
búsqueda empieza normalmente desde casa.
Preguntas a los parientes mayores, y de estos a sus parientes todavía
más mayores. A esta fase vale la pena
dedicarle mucho tiempo. Muchas veces la
memoria y el cansancio de los años pueden generar lagunas de las que habrá que
esperar para drenar. Normalmente al cabo
de un rato recordarán con absoluta lucidez personas, lugares y hasta
fechas. Pero para eso se necesita calma.
Luego
vendrá la fase de cotejar. Búsquedas
interminables en archivos. Un posible matrimonio ocurrido entre un rango de
años específico, lanza una inferencia de la posible edad de cada uno en esos
libros amarillos cubiertos por el paso del tiempo. Afortunadamente en tiempos anteriores la
iglesia Católica había tomado la previsión de catalogar a los fieles según fechas
de nacimiento, defunción o de administración de sacramentos. Asimismo se adjuntan referencias de lugares
en donde sucedían estos eventos. De este
modo si se sabe por ejemplo que una persona se casó en Heredia en 1712, se
busca en los archivos eclesiásticos de matrimonios. Allí aparecerán con seguridad sus padres y su
proveniencia geográfica. Por ejemplo
Cartago. Esto sugiere buscar en el
registro de bautizos a cada uno de los padres de la persona que se había empezado
a localizar unos 35 ó 40 años antes del matrimonio de sus hijos. Si por ejemplo no se encontrara con
facilidad, puede hacerse este intento a partir de los libros de
matrimonios. La boda debió ocurrir 20 ó
25 años antes de esa fecha.
Luego
empezarán a aparecer nuevos problemas. Por ejemplo la fecha de fundación de la
Parroquia. Si bien es cierto que se
tiene la idea de que los desplazamientos ocurrían desde los centros principales
de las que serían después las cabeceras de provincias, existen lugares
específicos donde la historia que se busca se esconde. La idea de que venían de Cartago esos
antepasados, tal vez no sea exacta. Tal
vez en realidad vinieron a Heredia procedentes de Ujarrás, de Cot o de
Turrialba. Si eso pasa, se enfrenta un
bache complejo de superar. Los
manuscritos coloniales, mezcla de letras extrañas, faltas de ortografía
(conforme a los modelos actuales), la destrucción parcial (cuando hay suerte y
no es total) de los documentos, el añejamiento del tiempo sobre las mismas,
serán azares que harán la aventura más emocionante y compleja de resolver.
De esta
manera se participa en el surgimiento de nuevos abuelos, un proceso a la
inversa de la cadena de la vida. No
obstante esto involucra la interminable secuencia de múltiplos: de los padres
(2), aparecen los abuelos (4), luego los bisabuelos (8), tatarabuelos (16) y
empiezan los ordinales: quintos abuelos (64), sextos abuelos (128), sétimos
abuelos (256), octavos abuelos (512), novenos abuelos (1.024) y la historia
seguirá, mientras haya historia en la cual buscar.
Por eso,
cuando empiecen a aparecer apellidos en esta memoria que no le sean familiares,
no se asuste, en realidad son abuelos quintos, sextos, sétimos etc. Apellidos como Solano, Ocampo Golfín, Chaves,
Alfaro, De las Alas, Salazar, Ramiro-Corajo, Velázquez y cientos más sí tienen
relación con esta historia que se trata de contar y de rescatar. Tal vez no coincida con los Rojas, Gamboa,
Otárola, Guzmán, Umaña, Arias, Ulate y Villalobos que esperaba encontrar. Pero de eso se trata este proyecto, de
mostrar de dónde surgieron para llegar a ser su descendencia en la época
presente. Del resto se encargarán los
descendientes.
En esta
labor, sin embargo se topa usualmente con dificultades como las que Hernán
Fuentes Baudrit (Nº 23 de la Revista de la ACCG, p.276) presenta cuando refiere
a que muchas veces se dan confusiones de homónimos (nombres y apellidos iguales
aunque referidos a personas y épocas diferentes). También suceden con frecuencia complicaciones
al atribuir padres equivocados a hijos que no le corresponden o bien la omisión
de los mismos.
Aparecerán
nuevos elementos sorpresa. Tal vez se
inició con la idea de que la familia era humilde y sencilla y resultó descender
de una de las más prestigiosas de la colonia.
Podría pasar a la inversa, creerse que se descendía de líneas dinásticas
de rancia aristocracia, y descubrirse una abuela negra o indígena que no se
esperaba. Tal vez la tatarabuela resultó
hija natural o amante de varios señores conquistadores a los que les procreó
varios hijos. Tal vez eso no fue lo que
la abuela contó cuando hablaba de la moral intachable de la señora, pero es la
verdad que aparece producto de esta investigación. No implica que haya pasado en este proceso,
pero es una variable imprevisible que puede manifestarse perfectamente.
De
momento se tratará de hacer este complejo proceso más sencillo de
entender. Aunque a esta altura existe un
conocimiento bastante elaborado de los sistemas para la recolección de
información de este tipo (formato de la Academia Costarricense de Ciencias
Genealógicas, el seguido por investigadores como Monseñor Víctor Manuel
Sanabria, Rafael Obregón, Vinicio Fournier), el de los miembros de la Iglesia
de los Santos de los últimos Días y hasta los más modernos que se pueden
encontrar en Internet) se ha optado por buscar una forma sencilla y poco
tecnificada de hacer llegar estos registros con la mayor facilidad
posible. Se hará una mezcla de notas
biográficas, fotografías, y desgloses genealógicos tratando de respetar una
cronología; aunque de antemano se aclara que en esto existe una imposibilidad
técnica para lograr este objetivo. Por
un lado los cruces simultáneos entre las mismas familias. Por el otro, que para dar seguimiento de las
ramificaciones a partir de los abuelos, debe renunciarse a un orden
particular.
A la
altura de la época de la conquista y de la colonia, los troncos fundadores
están sumamente mezclados entre sí y la cantidad de personas involucradas es
sumamente alta. A este fenómeno se le denomina como de
relaciones endogámicas. Por ello se tratará de marcar etapas específicas
mediante la agrupación por líneas familiares hasta donde esto sea posible. De esta manera el lector podrá ir dando
seguimiento a la cantidad de información que se presenta. Asimismo se irá haciendo una incorporación
parcial de fragmentos del árbol genealógico general que por sus inmensas
dimensiones se hace imposible de presentar por líneas completas. En una versión electrónica podría
suministrarse el mismo a fin de hacer búsquedas mediante la utilización de la
función propia (‘find”) en el programa
“Excel” que facilita este trabajo. De
hecho este tipo de recurso ha permitido la inclusión de todos los datos, ante
las dificultades de disponer una copia en papel del mismo (cosa que
sinceramente se ha intentado) y a la cantidad de personas y familias, lo que
imposibilita tenerlas en mente en todo momento.
Un
consejo de oro de Mauricio Meléndez para todos los interesados en este tema:
“En
realidad, más importante que probar nobleza, hidalguía y blasones de una
familia (como han hecho muchos antiguos genealogistas), es conocer qué hicieron
sus antepasados, cómo vivieron y de qué manera contribuyeron al desarrollo de
las naciones”.
Esa ha
sido en realidad la meta que espera alcanzarse.
Se ha investigado la vida de estos antepasados, sus logros, sus aciertos
y sus errores. En algunos dará vergüenza
descubrir que eran esclavistas o tratantes de negros, en otros dará orgullo que
se les reconozca como pacificadores importantes de la colonia. Lo verdaderamente trascendente es haber
descubierto que se trató de personas que vivieron su momento y su vida con la
mayor intensidad que fue posible. Que su
legado es esta generación. Que cada uno y cada una luchó por lo que creyó
correcto, y que aunque pudieron haber errores, nadie ha nacido que no los haya
cometido. La etapa de la conquista y de
la colonia sobre todo está manchada de injusticias, no obstante no es el fin
del proyecto proceder a censuras ni enmiendas.
La idea es disfrutar de semblanzas y anécdotas, pero sobre todo
preservar este invaluable tesoro para las futuras generaciones y no permitir
que la información recopilada muera. En
el momento en que esos hombres y mujeres son recordados, vivirán en las páginas
del presente.
También
de Mauricio Meléndez se incorpora un texto procedente de su columna electrónica
en el periódico La Nación digital donde existe una sección de consulta
electrónica sobre apellidos y familias de Costa Rica. La mayoría de las notas de este académico
provendrán de esa fuente, por lo cual el registro adecuado de estas
informaciones será difícil. El texto que
se presenta se refiere precisamente a las salvedades que en el país deben
hacerse cuando se tratan estos temas y a las consideraciones ignoradas por la
mayoría de los ticos en torno a la procedencia de sus antepasados:
“Orígenes comunes
La colonización de Costa Rica empezó tardíamente (1561) y debido a
su posición periférica de poca importancia fue relegada por las autoridades
coloniales españolas. Por eso, muchos de los primeros pobladores de origen
europeo procedían de Guatemala, Honduras, El Salvador y Nicaragua (colonizados
por los españoles varias décadas antes), aunque también llegaron peninsulares
que buscaban mejorar su posición social.
El desconocimiento y rechazo de las raíces compartidas, entre
otros motivos, impidió que se formara una comunidad centroamericana unida y
solidaria.
El discurso oficial ha promovido -y promueve todavía- la idea
equívoca de que Costa Rica es una especie de isla, con un presente excepcional
y con un pasado igualmente excepcional, diferente del de sus vecinos. Nada más
alejado de la realidad, pues Costa Rica no puede abstraerse de un típico pasado
como el de cualquier región latinoamericana, lleno de opresión y dolor (desde
1492) y con una amplia capacidad sincrética. Verdaderamente, son más los
elementos que la acercan a los demás países del istmo que los que la alejan.
Además de las relaciones
político-económicas, las familias centroamericanas están unidas por
lazos de sangre que se pierden en el pasado colonial y que, curiosamente, se
están volviendo a estrechar con los miles de desplazados de guerra que buscaron
refugio, en las dos últimas décadas, en otros países del área, en donde se
casaron y formaron nuevas familias.
Se debe aclarar que no todas las personas con un mismo apellido
tienen necesariamente idéntico origen, pues debe recordarse que también
llegaron personas de distintos lugares con apellidos iguales. Para los casos en
que ingresaron al país hace siglos, la única forma de averiguar con exactitud la
procedencia es investigando en las fuentes primarias costarricenses: el Archivo
Eclesiástico de la Curia Metropolitana, el Archivo Nacional de Costa Rica, el
Registro Civil y los archivos parroquiales”.
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