sábado, 29 de noviembre de 2014



ÁLVAREZ

JUAN ANTONIO ÁLVAREZ PEREIRA (1530-1599)


S
e le reconoce como un sargento mayor de origen portugués.  Hijo de Juan Pereira (quien fuera vecino de la ciudad de Espíritu Santo de Esparza. Propietario de un sitio nombrado La Torrecilla en el Valle de Landecho [Meléndez, Carlos, 1982, p. 238]). 

En este apartado debe prestarse especial atención, puesto que a diferencia de los demás, se trabajarán aquí las líneas genealógicas femeninas, que son las que ofrecen más material de importancia para este estudio.  De esta manera, se hará la referencia de apellidos como Sánchez, Brenes, Olivares y Jiménez  Maldonado, que se entroncan con las mismas.

Sobre la madre de sus hijos hay mucha tela que cortar.  En primera instancia no existe prueba documental para afirmar en ningún sentido quien fue.  La historia popular, no obstante la denomina como la Princesa Dulcehe (de Quepo).  No obstante la denominada regente, en tal caso hija del “Cacique de Quepo, Señor Natural y Rey de Reyes de toda la Nación Güetar de Occidente” (Ernesto Quirós, 1960, Nº 8, Revista de ACCG, p. 16) aparecerá también con varios nombres.  Por ejemplo se le inscribe como Inés de Corrohore o La Biriteca, así como con el nombre de Dulcehe. Finalmente se le registra, supuestamente ya bautizada como Inés. El problema en todos los casos es que no existe forma de comprobar si alguna de estas situaciones fue cierta. Ricardo Fernández Guardia la presenta como: “hermana de Corrohore, cacique de Quepo que los indios tenían cautiva.  Vázquez de Coronado hizo que la restituyeran a su hermano” (1941, p. 19),  de quien dijo Vázquez de Coronado  que  “era el más lindo indio que había visto en las Indias” (Fernández, ídem, p. 18).

En esta condición se observan varias tendencias.  Por un lado el interés de la sociedad colonial por equiparar y por justificar el origen de una amerindia con el de una española.  Por el otro, la importancia de hacerla aparecer como cristiana, en un proceso que difícilmente podría entenderse en sus antecedentes y en sus coyunturas.  Los mismos registros establecen la existencia de un marido aborigen anterior de nombre Ybux.  Finalmente, y como se analizará posteriormente el hecho de ser mujer de un español, hacía que automáticamente se asignaran derechos, cosa que se creería compleja según la legislación de la época y que en un punto máximo trataría de ser ordenado mediante la Constitución de Cádiz de 1812.  No obstante, la plataforma legal para el reconocimiento de algunos derechos de los lugareños, ya se había trazado desde el impacto mismo de la conquista:

“La monarquía –como cualquier otro régimen político- se hallaba obligada a respetar cierta lógica interna, y por ello los reyes de España, que alegaban en su favor el Derecho Divino, expendieron múltiples órdenes e instrucciones para que se respetase a los Caciques, cuyo poder, aunque reducido a grado mínimo, proveía de la misma fuente.  Y es así como en Costa Rica -y particularmente lo que nos interesa hoy- en el Valle Central se mantuvieron estas dignidades hasta el final del período Real. (…) Gozaban de sus privilegios, reconocidos explícitamente por el Rey, y que consistían en ser exentos de tributos y ser estilizados con el título de DON.” (Norberto Castro y Tossi, 1975, pp. 63-64).

Medidas como la anterior tienen el propósito básico de armonizar con la masa conquistada y contribuirían notablemente con un proceso de pacificación, nada despreciable, sobre todo cuando no se contaba con los recursos materiales y humanos para hacerle frente.

Ello en todo caso ofrece una buena cara de la conquista, pues no solo se trató con un sentido más humanitario a algunos de los habitantes de la región, sino que se respetaron en algún vago sentido las estructuras jerárquicas y sociales preexistentes a su llegada; aunque esto se refiriera a una situación enteramente nominal. En definitiva, la unión de españoles y de aborígenes por la vía del romance más que de la fuerza  requería necesariamente de los mecanismos jurídicos y morales para su legitimación.

Otra tendencia que debe examinarse es la necesidad de dotar las genealogías con patrones mitológicos.  Como se refirió en apartados anteriores en el caso de ciertas familias se ha tratado de hacer nexos con profetas, reyes, emperadores y escritores.  Incluso existen genealogías, que por sentido común elemental en esta investigación no se transcriben y que enlazan a antepasados aquí referidos con figuras del antiguo testamento a partir de Adán y Eva, cosa que no tendría ningún sentido, ni responsabilidad hacer.

Guillermo Castro Echeverría (1994) presenta un lindo relato en torno a la discutida princesa (o no) aborigen:


“Biriteca ‘la gentil muchacha de los ojos de alcatraz’ como la llama don Manuel de Jesús Jiménez, quien debe de haber sido importantísima en la pacificación de Costa Rica; desde el momento en que su marido es nombrado Teniente de Gobernador, se acabaron los choques guerreros en la región (meseta central y litoral del Golfo de Nicoya)” (Nº 34 de la Revista de la ACCG, p. 84).

Un aporte trascendente sobre este reconocimiento a Biriteca lo presenta Stone (1998) cuando se refiere a que los españoles en promedio no aceptaban social, económica y políticamente estas mezclas, incluso con las llamadas “Princesas”, salvo:

 “cuando la Corona deseaba establecer un control sobre los indígenas y la tierra mediante este tipo de matrimonio.  Por ello las relaciones entre hidalgo e india se limitaban generalmente al amancebamiento, o a la mera relación sexual” (p. 126).

Este fenómeno no será el único que aparecerá en este texto, por lo cual conviene ir aceptándolo en su sencilla naturaleza y tenerse en cuenta sobre todo en la mezcla y adopción de apellidos castizos por admiración o amistad con los españoles, cosa con la que estos parecían no estar en franco y abierto desacuerdo.  La relación de los hispanos con las aborígenes parecía hasta cierto punto ser sincera, pues existen registros coloniales interesantísimos en los que consta que en muchas ocasiones incluso abandonaban a sus esposas por sus amantes  aborígenes de muchos años y a las que surtían con hijos.  Por ende, la hipótesis de las violaciones vuelve a tambalearse; no al punto de anular cualquier posibilidad de abuso sexual, pero sí al de aminorarlos (al menos en Costa Rica).

Carlos Meléndez (1982) registra así la participación del conquistador:





La devolución de la princesa Biriteca a su hermano Corrohore es captada en esta obra inconclusa del Maestro Tomás Povedano de Arcos



“Fue uno de los principales colaboradores de Cavallón en la empresa de conquista de Costa Rica.  Vino con él desde Nicaragua.  Una vez descubierto el Valle Coyoche (Esparza) entró al Valle Central, asentando su hueste en el real de Pereira (Cerro de las Palomas, entre Escazú y Santa Ana), para ser uno de los primeros en ver todo el Valle Central Occidental.  Es uno de los fundadores de Garcimuñoz.  Al abandonar Cavallón la provincia, quedó a cargo de los asuntos de guerra en el lado del Pacífico.  Con Vázquez de Coronado pasó a Quepo y a Coto.  Más tarde, en otra expedición al Pacífico Sur fundó Nueva Cartago, que fue pronto abandonada.  Con el mismo Vázquez de Coronado cruzó la Cordillera hacia Ara o Talamanca, para obtener luego los derechos sobre una mina en las márgenes del río de La Estrella.  Recién llegado Perafán, redujo varios pueblos de indios, que se hallaban sublevados.  Perafán le favoreció con la encomienda de Curridabat con 600 indios, una de las más ricas de la provincia; más tarde figura como encomendero de Chomes, lo que debió llevarle a residir en Esparza.  Mientras Perafán realizaba su jornada a La Estrella y Nombre de Jesús (1570-1572) le dejó como lugarteniente suyo en Cartago con 30 soldados.  Diego de Artieda le dejó por Teniente de Gobernador en 1577, por algunos meses, hasta 1578.  En 1591 de nuevo, por corto tiempo volvió a ejercer interinamente el gobierno de la provincia.  Murió en Espíritu Santo de Esparza en 1599.   Desde Esparza había intentado entrar a la tierra de los indios Votos, adentrándose unas 16 leguas.  Fue dueño en Esparza de una estancia nombrada La Torrecilla” (p.206).

Ricardo Fernández Guardia en el Diccionario Biográfico de Costa Rica (1941) le reconoce como “uno de los más distinguidos tenientes del Lic. Cavallón” (p.8).  Establece también que fue uno de los encargados de perseguir al cacique Garabito, dada su experiencia en la ‘reducción de indios sublevados’.

Guillermo Castro Echeverría (1994) se refiere a él como:

“el mejor militar de la conquista; nació en 1538 ¨(…)  Entró con Juan de Cavallón en 1561 con sus armas y caballos (…) En el repartimiento de parcelas en el río de la Estrella el día 8 de marzo de 1564 registró su mina entre la de Francisco de Olivares y la del Capitán Diego de Trejo, la cual tiene por señas un árbol de Zapote y otro de ceiba, junto  al pueblo de Quequexque; Encomendero, habiéndosele asignado Currirabá con 600 indios.  Alcalde Mayor, Regidor del cabildo varias veces” (ídem, p. 97).

Obregón lo sitúa  en los siguientes términos:

“En tiempos de Vázquez de Coronado llevó a cabo varias expediciones.  Así por ejemplo, en junio de 1563 fue por el camino de la costa del Pacífico a explorar el Valle del Guaymí (frente a Bocas del Toro) y en Cía, llanura de Buenos Aires, fundó la ciudad de Nueva Cartago, que abandonó por falta de víveres.  Hasta esta región llegó Vázquez de Coronado a reunirse con Pereira, continuando luego juntos un largo viaje; atravesaron la cordillera, y llegaron a la provincia de Ara, reconocieron el río La Estrella, e iniciaron después el regreso a Cartago.

  Fue también Pereira uno de los principales colaboradores de Perafán de Ribera, quien le nombró Corregidor de los Valles de Landecho y Garabito, y se le otorgó como encomienda el pueblo de Currirabá con seiscientos indios.

  Durante el tiempo en que sustituyó en el mando a este gobernador, se produjeron muchas quejas en su contra por sus procederes contra los indios y aun en contra de vecinos de Cartago.  Sin embargo, quien sabe hasta qué punto fueron ciertas o justas estas quejas, porque no mucho tiempo más tarde, lo vemos otra vez gobernando la provincia, en sustitución de Artieda, sin protesta alguna.

  Con la hermana del Cacique de Quepo, Dulcehe o Biriteca, bautizada luego con el nombre de doña Inés, fundó familia en Cartago.

    ‘Este distinguidísimo primer conquistador, dice don Juan Rafael Víquez Segreda, fue una figura enteramente militar; el brazo guerrero más firme y robusto durante la primera época de nuestra conquista, al lado de Cavallón con quien entró, con Vázquez de Coronado, de Perafán de Ribera, de Artieda y Chirino y de don Fernando de la Cueva, si se quiere en sus últimos días, en cuyas gobernaciones, su hoja de servicios fue larga y notable en todo sentido.  Fue el tipo modelo, el más perfecto del verdadero hombre de espada de su tiempo; duro, rígido, humano, sagaz, solterón empedernido, amigo de aventuras amorosas, inquieto, valiente, atrevido y perseverante en sus propósitos, de una asombrosa actividad, favorito de la fortuna en grado máximo, cualidades poco comunes encontradas en la misma persona, lo que le valió para destacarse con caracteres propios entre sus compañeros de luchas; representó, por decirlo así, al puro soldado español venido a conquistar estas tierras…  Casi no hay un pedazo de tierra tico y en donde no dejase como bravo Capitán expedicionario, plantadas las horcas en señal de dominio, de cruces, de emblemas de una nueva religión que surgía, y de mojones que indicasen los linderos de sus poblaciones que nacían a golpe de su espada y de su esfuerzo, obedeciendo a los anhelos hondos de su raza caballeresca, poniendo al mismo tiempo en acción el empuje de sus ideales al servicio de sus creencias y de su Rey –doble alianza de la Cruz y de la Espada- bajo el influjo noble del suave aroma de su fe sencilla y de su devoción más noble a la Corona’.” (1979, pp. 55-56).

Fueron hijos suyos según Sanabria, Cartago, p. 164, Tomo I:
Juan Antonio Álvarez Pereira (1580-1610), casado con María Cano, hija de Juan Cano,
Juana, casada con Pedro de Arce (n. 1575)

e Inés Álvarez Pereira (hija nacida en 1579 según registro en el apellido Álvarez en el texto de Sanabria de las Genealogías de Cartago), aunque en la  referencia de la unión con su esposo la refiere como nacida en 1580. También la señala testando en 1654,  y en 1659.

“nacida en 1579.  De acuerdo con el Protocolo de Cartago su testamento lo hizo el 16 de junio de 1654.  Era propietaria de un platanar, entre otras muchas propiedades en Los Tres Ríos antes de llegar al primer río, junto a una sabanilla.  El 24 de diciembre de 1661 concede la libertad a su esclava Luisa, negra criolla. Hijos: Leonor (Sánchez), casó con Lope de Lumbides, Antonio Pereira, Lorenzo (Sánchez), casó con Juana de Sojo; Bartolomé Sánchez, casó con Isabel de la Jara, Jerónimo (1609-1654)” (Castro Echeverría, Guillermo, 1994, Nº 34 de la Revista de la ACCG, p. 94).

Estuvo casada con Bartolomé Sánchez (+ ya en 1639). Nació en Guatemala en 1554. Fue alcalde Ordinario de Cartago en 1601 y se supone que falleció en 1639 o antes de esta fecha según lo menciona Víctor Manuel Sanabria en las Genealogías de Cartago (pp. 468-469, Tomo XVII).

Meléndez (1982) aporta lo siguiente sobre el conquistador Sánchez:

“Vino por allá de 1570 a la Provincia de Costa Rica.  En 1596 quiso pasar a Guatemala pero el gobernador Fernando de la Cueva se lo impedía, no permitiéndole sacar sus papeles principales, por lo que el Padre Navarro, en secreto, se los llevó.  El gobernador le quitó además un caballo de su propiedad.  Se le menciona como encomendero de la parcialidad de Barva en 1596” (p. 246).

De este modo, Inés y Bartolomé fueron padres de los siguientes hijos:
Antonio Pereira;
Leonor Sánchez, casada con Lope de Lumbides;
Bartolomé Sánchez, casado con Isabel de la Jara;
Jerónimo Pereira (1609-1654) y

Lorenzo Sánchez Pereira, (1596-1646).  Existe un documento de 1638 en que recibe autorización para fletar un buque.  Se casó probablemente en Esparza hacia 1629 con Isabel Jiménez y con
Juana de Sojo Artieda  (según Meléndez, 1982, p.246), hija de

Diego de Sojo y Peñaranda, (n.1567, Teniente de Gobernador en Talamanca),

“Nació en 1527 en la villa de Talamanca, Arzobispado de Toledo, España.  Don Diego vino a América con su padre don Juan de Peñaranda; era hombre alto, moreno y de cabeza cana; su esposa Sabina de Artieda, de 35 años era de mediana estatura, blanca y rubia.  Zarparon de San Lucar de Barramenda como lo hizo Colón en uno de sus viajes, acompañando al recién nombrado gobernador y Capitán General de Costa Rica don Diego de Artieda.  El día 15 de abril de 1575 el muchachito Diego, de ocho años de edad, con sus hermanos, Juan, de once, Hernando de siete y Fabiana de cinco, vieron alejarse su barco de las costas españolas.


 







Estas ilustraciiones forman parte de la secuencia dibujada por José María Figueroa para mostrar episodios
de la vida de Diego de Sojo y su incursión en Talamanca. 


En el año de 1595 el Gobernador y Capitán General de la Provincia nombra al Capitán Diego de Sojo teniente y Capitán General de la Provincia, comisionándolo para que conquistara y pacificara a todos los pueblos ‘que llaman Tierra Adentro’ y fundar un pueblo de españoles en esa región.  El 10 de octubre de ese mismo año, a orillas del río Tarire (Sixaola) escogió el asiento del poblado, trazando la plaza, calles y solares de las casas para los habitantes de la recién fundada ciudad de Santiago de Talamanca y nombró de inmediato el Cabildo (…)



Según documentos auténticos traídos del Archivo de Indias por don León Fernández, en 1580, el martes 18 de octubre poco más o menos cerca de las once de la mañana, el Capitán don Diego de Sojo reparte entre sus compañeros y fundadores de Santiago de Talamanca, los indios del Valle del Duy (Castro Echeverría, Guillermo, 1994, Nº 34 de la Revista de la ACCG, pp. 72-74).

“Presentándose en 1605 una insurrección de los indios de Tierra Adentro, el Gobernador don Juan de Ocón y Trillo le nombró jefe de la expedición que dispuso mandar a esa región.  Soto dominó a los rebeldes, los castigó y emprendió la conquista del Valle del Duy, entre los ríos Sixaola y Changuinola.



En seguida, y éste fue un acontecimiento de gran trascendencia, fundó el 10 de octubre de 1605, en el margen derecho del río Tarire y como a ocho leguas de su desembocadura, una ciudad a la cual le impuso el nombre de Santiago de Talamanca, en honor al lugar en donde había nacido.  Pronto, toda la región fue conocida con el nombre de Talamanca.  Según el profesor Pittier, dicha ciudad estuvo situada en donde ahora se encuentra el sitio llamado Suretka.



Sojo gobernó esa ciudad durante 16 meses, habiendo tenido que hacerle frente a una insurrección de los indios, la cual dominó rápidamente con la ayuda militar que le envió el Gobernador Ocón y Trillo.

Más tarde se vino a Cartago para solicitarle a éste elementos de guerra y refuerzo.  El Gobernador alistó efectivamente esos refuerzos pero nombró como jefe, no a Sojo, sino a su hijo, el Capitán Pedro de Ocón y Trillo.



Sojo quedó enemistado con el Gobernador, y muy pronto encontró oportunidad de la revancha.  Fue nombrado en 1610 Gobernador de Talamanca don Gonzalo Vázquez de Coronado quien, por su edad e indolencia no se sentía ya con ánimos de irse a las montañas y guerrear con los indios, prefiriendo vivir en Cartago y encargar esa empresa a quien entonces era su íntimo amigo, don Diego de Sojo.  Le nombró pues, Teniente de Gobernador de Talamanca con plenos poderes.  Sojo aceptó con entusiasmo, y frente a un grupo de soldados, se trasladó inmediatamente a aquella región; en la ciudad de Santiago fue recibido por sus amigos con muestras de júbilo, y el Ayuntamiento lo reconoció oficialmente.

Hizo muchas correrías por la región, y se mostró entonces cruel para con los indios, a muchos de los cuales mandó a azotar y cortó las orejas y el cabello, como también se apoderó de ídolos de oro que estaban en un templo.

Los indios se insurreccionaron el 29 de julio de 1610 y cayeron sobre el campamento en que estaban los españoles, matando a dos e hiriendo a algunos más, pero Sojo y sus compañeros lograron guarecerse en un cacaotal.  De inmediato los indios atacaron la ciudad de Santiago, en donde quemaron la iglesia y sus casas, obligando a los pobladores, lo mismo que algunos españoles que se encontraban en sus haciendas, a refugiarse en el fuerte de madera construido por don Alonso de Bonilla, de donde lograron pedir auxilio a Cartago.  Rápidamente el Gobernador Ocón y Trillo envió fuerzas que hicieron huir a los indios.  Desgraciadamente la ciudad de Santiago dejó de existir, porque sus pobladores, no sintiéndose seguros en aquellos lugares, se trasladaron para Cartago.

Años más tarde, en 1619, Sojo acompañó al Gobernador Castillo y Guzmán en su entrada a Talamanca, siendo la última vez que participó en aventuras de esa clase.

El resto de sus años los pasó tranquilamente en Cartago, disfrutando de su rango de Maestre de Campo, y en donde en más de una ocasión sirvió el cargo de Alcalde Ordinario” (Obregón, 1979, pp. 73-74).

hijo de
Juan de Peñaranda, (n.1537) “Vino a Costa Rica con su esposa e hijo con el Gobernador Diego de Artieda Chirino en 1575 [su cuñado, dice Obregón, 1979, p. 64].  Se desempeñó como, Teniente de Gobernador (Gobernador Interino) de 1589 a 1590. Había casado en España” (Castro, ídem, p. 85).  Añade Obregón (ídem) que “estuvo algunas veces en Nicaragua,  pero generalmente radicó en la ciudad de Cartago, en donde fue miembro de su cabildo, y ejerció el cargo de Alcalde Ordinario”. Hijo de otro
Juan de Peñaranda
y de mujer desconocida

y de Sabina de Artieda, (Sojo) (n.1543 en la Villa de Uceda, Guadalajara, España. +1600), (Granados y Meléndez, en Nº 2 de la Revista de la ASOGEHI, p. 11, dicen que nació en 1540) hija de
Juan de Sojo
y de mujer de nombre incierto

y de Fabiana de Torres

Así reseña Norberto de Castro y Tossi (1975) a esta familia:

“Doña Juana de Sojo Pereira hija de Lorenzo Sánchez Pereira y de Juana Antonia Sojo de Artieda y Peñaranda su consorte, bisnieto del célebre conquistador de Costa Rica el valiente portugués Antonio Pereira, señor de la encomienda de Currirabá y deuda de los Peñarandas y Sojo que poseyeron las encomiendas de Aserrí y Orosi, de tan destacada participación bajo el gobierno de su pariente Artieda Chirino y posteriormente.  Además doña Juana de Sojo Pereira descendía, según tradición viva, de una señora principalísima amerindia de esta tierra, consorte –aunque no canónica- de Antonio Pereira, tradición que queda indirectamente comprobada por el uso del tratamiento de doña en sus hijas y descendientes, que en aquel entonces indicaba frecuentemente sangre regia o principesca.  Domingo Jiménez Maldonado, una vez casado y asentado, se consagró a la ganadería y a la agricultura, siendo dueño y señor, conjuntamente con su esposa, de haciendas en el Valle de Landecho y del sitio de Parrastati, en el de Barva.  Electo Alcalde de la Santa Hermandad de Cartago en 1664 (lo que prueba su distinción y hombría de bien) fue también Teniente de Corregidor en Barva en 1661” (En Nº 22, de la Revista de la ACCG, pp. 96-97).

Diego de Sojo y Fabiana de Torres (Sanabria, Cartago, p. 558, Tomo V) fueron padres de:

Alonso de Sojo (n.1595), casado con Lucía Alas y

Juana de Sojo y Artieda, (n. 1610) casada con Diego Jiménez Maldonado y posteriormente con
Lorenzo Sánchez Álvarez, anteriormente revisados.  Ellos fueron los padres de:

Juana de Sojo y Pereira, (1630-1690) (Sanabria, Heredia, Tomo XIX),

“En 1654 heredó doña Juana de su abuela la Hacienda ‘Landecho’ y otras propiedades trabajadas por el Capitán Álvarez Pereira.  Nuestros historiadores se han empecinado en señalar que nuestros antecesores vivían en la miseria. Doña  Ángela Acuña de Chacón en su libro ‘La mujer costarricense’ dice ‘vivió doña Juana muy pobremente, apenas le dio su padre unos 7 esclavos y alguna que otra cosa” (Castro, 1994, p. 48).

Desde 1646 se apellidó ‘Peñaranda’. Casada con

Domingo Jiménez Maldonado, (hijo probable de
Pedro Jiménez, aunque ya se aclaró que esta referencia carece de cualquier documentación, puesto que no existen archivos para comprobarlo.  En todo caso se maneja a Domingo Jiménez Maldonado como nieto de Domingo Jiménez ‘El Coplero’, por lo que el error podría no ser tan radical.  Aunque no es justificación, en este apartado es en el que se ha tomado el mayor número de licencias con respecto a la validez de los datos aportados, por lo que ya existe un marcado antecedente para ello. Hijo probable de

Domingo Jiménez (1534-1610) quien arribó a suelo nacional en el año de 1566 en el gobierno de Pedro Venegas de los Ríos (Alcalde mayor interino).

“Era escribano y poeta”.  Por eso se le suele registrar como “el coplero”.  Fue otro de los acompañantes de Perafán de Ribera en la ya reiterada expedición del río la Estrella y la fundación de Nombre de Jesús.  Resultó también favorecido por Perafán con la encomienda de Abicetaba, Xupragua y Cía con 100 indios.

“Perseguido en 1574 por el Gobernador Anguciana de Gamboa, causa de haberle satirizado en una décimas tituladas ‘Vive Leda si podrás’, huyó de Cartago, y después de haberse refugiado en el convento de la ciudad de Aranjuez, se fue para Nicaragua, de donde regresó a la llegada del Gobernador Artieda Chirino.  En 1577 era contador de la Real Hacienda en Cartago; en 1579 Alcalde ordinario de la misma ciudad. Fue teniente de gobernador de Nicoya en 1850” (Meléndez, Carlos, 1982, p. 227). 

Este relato se encuentra también presente en el Diccionario Biográfico de Costa Rica de Ricardo Fernández Guardia en los mismos criterios (1941, p. 27).

y de madre desconocida aunque popularmente se le denomina como Gracia .

A ambos (Domingo y Gracia) se les atribuyen dos hijas:

Francisca Jiménez, casada con Ambrosio y con Antonio de Brenes (hermanos)

y Clara Jiménez, casada con
Luis de Esquivel y Añasco, Fundador los cuales se refieren en sus entronques con la familia Trejos, trabajo que se presentará en el apartado respectivo.

y  probablemente de María López Rubio

Domingo Jiménez Maldonado y de Juana de Sojo y Pereira fueron padres de:

José Jiménez, casado con Ana Valverde
Antonio Jiménez, casado con Mariana de Alfaro,

Mateo Jiménez Maldonado Sojo, casado con
Inés de Olivares Gascón, hija de
Juan de Olivares Gascón
y de María de Brenes

Mateo e Inés fueron padres de:

Victoria Jiménez Maldonado, esposa de Felipe Arias Alfaro, hijo de
Andrés Arias
y de Isabel Alfaro (Hidalgo), referidos en el apartado Alfaro

Problema en toda esta historia es quién es de hijo Lorenzo Gaspar Pereira Cardoso, casado con Isabel de Acuña.

Si bien la base documental existente impide reconocerlo como hijo de  Juan Antonio Álvarez Pereira y de la mítica Biriteca, son muchos los genealogistas que hacen este registro (Udo Groub, 2000, p. 93). Tan misterioso como el mismo origen de los miembros de esta familia es el de este personaje.  Por cuestión de formato, se parte una lanza a partir de esta suposición, aceptándola en este documento, no sin hacer esta salvedad.

En tal caso se procede a presentar dicha genealogía completa:

Lorenzo Gaspar Pereira Cardoso, hijo de
Juan Antonio Álvarez Pereira, hijo de
Juan Pereira
y de mujer desconocida
y de Dulcehe, Biriteca, o Inés, hija del
Cacique de Quepo
y de mujer desconocida

y de Isabel de Acuña, hija de
Álvaro de Acuña
y de Catalina de Acuña

Lorenzo e Isabel, fueron padres de:

María Pereira Cardoso, segunda esposa de
Pedro Miguel Calvo García, Fundador (n. 1545), hijo de
Tomás Calvo
y de Benita García

Las implicaciones de la descendencia Calvo Pereira se refieren en la familia Bonilla.



 






3 comentarios:

  1. Interesantisima historia maxime ahora que a mi esposo le aparece Dulcehe como ancestro 15 y Juan Pereira

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  3. Interesantisima historia maxime ahora que a mi esposo le aparece Dulcehe como ancestro 15 y Juan Pereira

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