2.5.3. Tradición, devoción y fe:
Al haber sido Costa
Rica originalmente una colonia española, es interesante ver la reproducción de
elementos propios de esta cultura en el desarrollo de la práctica religiosa.
Así condiciones como las procesiones, los portales y las fiestas de los santos,
son ampliamente difundidas y aceptadas por los habitantes. Así se convierten en
los elementos más criticados por los no católicos al hacer un contraste con sus
postulados de fe.
Si bien es cierto,
los tres términos de este título tienen un significado propio, para los
costarricenses forman uno solo, donde la mayoría no está en capacidad de
distinguir dónde empieza uno y dónde termina el otro. Para bien o para mal,
forma un componente esencial de la vida nacional en comunidad y representa la
manifestación sincrética que se hace de la vida cotidiana. La tradición es un
fenómeno compuesto por la costumbre y por el uso. De este modo, describe lo que
se hace año tras año, y que con el transcurso de los mismos, se convierte en
parte de la vida cotidiana de diferentes momentos del año. "Portales"
en los hogares para Navidad; procesiones en Semana Santa o en la fiesta
patronal de los pueblos del país, en alta aparición con nombre de santos;
romería a Cartago el 1° de agosto, etc. La tradición es una fiesta del pueblo,
evoca una manifestación afectiva y el material sustentador de las creencias más
profundas y arraigadas. Los cantones tienen y presentan el más fabuloso mosaico
de ellas, siendo comúnmente combinadas o predecibles también gracias a las
observaciones folclóricas y artísticas, a las que proporcionan un material
caudaloso y colorido.
Ahora bien, la
tradición ha conllevado a desórdenes y condiciones no precisamente congruentes
con la actividad que se desarrolla. Sí debe aclararse que se trata en realidad
de la posición que las personas asumen algunas veces sobre ellas. Uno de los
sucesos más curiosos de la historia religiosa nacional tiene su origen en las
actividades de celebración de la Virgen de los Ángeles, en plena época
colonial. La famosa sentencia de que los eventos "habían degenerado en
carnaval" exponen la tendencia de los costarricenses a no tomarse en serio
las cosas religiosas, aún y lo que para la época se consideraba como lo más
sagrado. Este suceso se describe en las siguientes líneas con detalle:
“Ya el 13 de abril de 1767 el padre José
Miguel de Guzmán y Echavarría, Vicario y Juez Eclesiástico de Costa Rica, hubo
de cortar ciertos abusos que se habían introducido en la procesión de
penitencia que la Cofradía celebraba en miércoles santo, muchas personas
imitando a los indios 'en el desacato' asistía a ella 'con mucha irreverencia,
risa y confabulaciones'” (Cisneros, p. 38).
También resalta otra
mención sobre denuncias que se entablaron a la llegada de Monseñor Tristán a
Cartago en 1782:
“Apenas llegó este prelado a Cartago, (...)
el cura don Ramón de Azofeifa, denunció los escándalos de las festividades de
los Ángeles. Se siguió una minuciosa información de testigos. Quedaron
plenamente probados los escándalos y los abusos, y una vez terminada la
diligencia, el prelado las dio a conocer en secreto al gobernador interino
Flores, a los regidores del ayuntamiento y a los principales vecinos de la
ciudad. En dicha reunión se acordó, entre otras cosas: 'que las fiestas no se
celebrasen en el santuario, que se bajase a Nuestra Señora todos los años a la
Iglesia Mayor; que los mayordomos y comisarios de las fiestas tuvieran los
bailes y convites en sus casas; que en el santuario se pusiese el estudio de
Gramática, para que nunca más la casa de Nuestra Señora se hiciese mesón
público para todos los forasteros'. Es verdad. La devoción a la Virgen se había
prostituido hasta el extremo, o mejor dicho, las festividades con que se
celebraban se habían corrompido. Pero los abusos y escándalos eran un
testimonio, aunque depravado, de la devoción que tenían los habitantes de la
provincia hacia la Virgen”. (Idem )
¿Verdad o mentira?,
¿escándalo o exageración? Posiblemente nunca se sabrá a ciencia cierta. Lo
único real es que en mitad del siglo XVIII ya se conocían denuncias, entre
otras muchas, de que las actividades religiosas populares se combinaban con el
humor y con la picardía de los costarricenses, llevados incluso a terrenos
donde no rimaban con la filosofía de estas creencias. Esta condición de
irreverencia es quizá un aspecto característico en el "tico", que ha
hecho siempre de las suyas, para encontrar un momento de humor o de risa dentro
de su cotidianidad. Ello no implica una aprobación o justificación de una actitud
típicamente popular en la que no puede negarse la falta de compromiso y de
espíritu enfrentada con sus creencias y sus convicciones.
Para los antepasados
la Semana Mayor representaba un conjunto de creencias, tradiciones y devociones
particulares, que los costarricenses de hoy no se muestran muy convencidos en
seguir, en función de su propia conveniencia. No va a considerarse la
conveniencia de ello. Tampoco si las prácticas sugeridas sean las apropiadas,
es visible la incongruencia con el espacio reservado para la reflexión propicia
en torno a estos misterios. Para personas mayores y para la iglesia, representa
un aspecto de considerable preocupación.
Las fiestas
navideñas, coronadas con la confección de portales, colocando los pasitos
tradicionales en coloridos y simpáticos diseños, dieron con los años su espacio
a tradiciones enajenantes y completamente fuera del contexto original de estas
celebraciones y el de la idiosincrasia. Festividades como Corpus Christi y los
días patronales en cada uno de los pueblos, gozaban también de gran espíritu de
religiosidad, y en los que las comunidades se reunían para celebrarlos
devotamente.
Cualquiera de las
referencias, en su variedad de matices y presencias, constituyen la herencia
criolla costarricense; producto de la fusión de dos culturas en un momento
histórico determinado. Por algún motivo los "ticos" de finales del
siglo XX no rescataron este patrimonio, ni desde la perspectiva cultural, ni
desde la histórica, ni desde la religiosa. Lamentablemente con el desuso,
tenderán a desaparecer a un paso cada vez más rápido. Sirva esta afirmación
para reflexionar en la desgracia para un pueblo que no tiene ni conocimiento,
ni interés en su tradición. ¿Qué puede esperarse del futuro, si el rico pasado
(que responde a lo obtenido) se ha abandonado?
La devoción por su
parte, ofrece la posibilidad de examinar principalmente las creencias de los
costarricenses de ayer. Si bien es cierto que se confunde normalmente con el
concepto de fe, los nacionales siempre supieron manifestar su identificación
con la deidad por medio de estas experiencias y ejercicios. Se considera como
devoción la práctica y la constancia en la religiosidad.
Es sabido por las
abuelas, que se componían de rezos, jaculatorias y reflexiones específicas para
casos concretos. Por ejemplo en las
tormentas era usual colocar un pedacito de la palma del domingo de Ramos en un
recipiente con agua.
Cuando había un
temblor, las mujeres de antaño rezaban el 'Trisagio', devoción dedicada a la
alabanza y la sumisión ante las tres divinas personas que conforman la
Trinidad, dogma central de la Iglesia Católica. El rosario se dedicaba en
muchos menesteres: preparación de los difuntos al más allá en los tradicionales
novenarios, cerrar el ciclo navideño en el que la Sagrada Familia (Jesús, María
y José) habían sido hospedados en los hogares o simplemente se usaba para
empezar o para terminar el día "puestos con Dios". El Vía Crucis era
la meditación elemental para acompañar al Divino Redentor en su camino al Calvario.
Una misma finalidad cumplía "La Dolorosa Pasión", ejercicio
espiritual elemental del Viernes Santo a las tres de la tarde. "Los quince
minutos con Jesús Sacramentado" era un documento redactado para visitar al
Santísimo Sacramento en el Templo parroquial.
Al
margen se empleaban una serie de novenas, o de oraciones específicas para
problemas y situaciones concretas. Por ejemplo a san Pancracio se le pedía
salud y trabajo. San Antonio se invocaba en la reparación de novias o maridos.
San Alejo era el seleccionado para ahuyentar a las personas que querían hacer
algún daño. San Ramón Nonato era requerido en los partos. San Isidro Labrador
era el encargado de las lluvias, labor que compartía con el buen Apóstol Pedro.
San Judas Tadeo, compañero de los casos desesperados. Santa Rita, especialmente
requerida en la reparación de vivienda. Para los problemas de visión se llamaba
a Santa Lucía. Para las enfermedades de la orina, San Benito era el preferido.
Así sucesivamente se podría seguir presentando a la corte celestial en pleno,
encargada, como si de ministros se tratara, de los más particulares (y
materiales) menesteres.
Este sincretismo,
heredado desde los primeros años de la cristiandad, constituyeron la fórmula
mágica de los primeros evangelizadores del Siglo I, para conciliar las
doctrinas de Jesús con los requerimientos de los pueblos politeístas y con
profundos arraigos mitológicos. Sea como sea, constituyeron la base de la
devoción de un pueblo que con sus novenas, oraciones, romerías y procesiones;
manifestaron a viva voz un sentimiento muy rescatable, en torno a la expresión
de sus creencias más manifiestas. Las ceremonias costarricenses, tal vez no
tienen la riqueza de la fusión cultural de pueblos como Guatemala, Perú, México
y otros latinoamericanos, pero constituyen la naturaleza de una nacionalidad y
de un nacionalismo que en apariencia se ha perdido. Alguno podría argumentar
que las tradiciones y devociones tampoco son propias, pero ante la desaparición
de la auténtica identidad indígena, no hay nada más antiguo ni arraigado que la
herencia colonial. Por eso en ésta se han sentado las bases de la esencia
local.
La
fe es un fenómeno más filosófico, que de otra naturaleza. Según su definición
hay un enfrentamiento con la creencia de algo que no es concreto, sino más bien
abstracto. Se le definiría como creer en algo que no se ve. En este sentido,
todas las referencias anteriores (tradiciones y devociones) no están destinadas
enteramente a su vivencia. Cuando se toca el punto de que el pueblo pierde la
fe, no necesariamente tiene una relación directa con la muestra de signos
externos. El hecho de que rece o no la novena, vaya o no a la procesión, rece o
no el rosario; no tiene directa relación con la magnitud de la fe de alguien.
Lo que si pareciera ponerla en entredicho es la práctica de combinar la
pseudocreencia en Dios, con otros remedios más terrenales, como lo son las
curanderas (os) o líderes espirituales. Estos se encargan de "hacer un
poco de trabajo sucio". En contubernio con los interesados, buscan remedio
por cuenta propia [cartas, bebedizos, "trabajos" (muestra de atraso,
ignorancia y folclor, con una ausencia considerable de fe)] a aquello que la
gente no está muy dispuesta a que Dios arregle por su cuenta y modo.
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