domingo, 16 de noviembre de 2014



2.5.3. Tradición, devoción y fe:


Al haber sido Costa Rica originalmente una colonia española, es interesante ver la reproducción de elementos propios de esta cultura en el desarrollo de la práctica religiosa. Así condiciones como las procesiones, los portales y las fiestas de los santos, son ampliamente difundidas y aceptadas por los habitantes. Así se convierten en los elementos más criticados por los no católicos al hacer un contraste con sus postulados de fe.

Si bien es cierto, los tres términos de este título tienen un significado propio, para los costarricenses forman uno solo, donde la mayoría no está en capacidad de distinguir dónde empieza uno y dónde termina el otro. Para bien o para mal, forma un componente esencial de la vida nacional en comunidad y representa la manifestación sincrética que se hace de la vida cotidiana. La tradición es un fenómeno compuesto por la costumbre y por el uso. De este modo, describe lo que se hace año tras año, y que con el transcurso de los mismos, se convierte en parte de la vida cotidiana de diferentes momentos del año. "Portales" en los hogares para Navidad; procesiones en Semana Santa o en la fiesta patronal de los pueblos del país, en alta aparición con nombre de santos; romería a Cartago el 1° de agosto, etc. La tradición es una fiesta del pueblo, evoca una manifestación afectiva y el material sustentador de las creencias más profundas y arraigadas. Los cantones tienen y presentan el más fabuloso mosaico de ellas, siendo comúnmente combinadas o predecibles también gracias a las observaciones folclóricas y artísticas, a las que proporcionan un material caudaloso y colorido.

Ahora bien, la tradición ha conllevado a desórdenes y condiciones no precisamente congruentes con la actividad que se desarrolla. Sí debe aclararse que se trata en realidad de la posición que las personas asumen algunas veces sobre ellas. Uno de los sucesos más curiosos de la historia religiosa nacional tiene su origen en las actividades de celebración de la Virgen de los Ángeles, en plena época colonial. La famosa sentencia de que los eventos "habían degenerado en carnaval" exponen la tendencia de los costarricenses a no tomarse en serio las cosas religiosas, aún y lo que para la época se consideraba como lo más sagrado. Este suceso se describe en las siguientes líneas con detalle:

“Ya el 13 de abril de 1767 el padre José Miguel de Guzmán y Echavarría, Vicario y Juez Eclesiástico de Costa Rica, hubo de cortar ciertos abusos que se habían introducido en la procesión de penitencia que la Cofradía celebraba en miércoles santo, muchas personas imitando a los indios 'en el desacato' asistía a ella 'con mucha irreverencia, risa y confabulaciones'” (Cisneros, p. 38).



También resalta otra mención sobre denuncias que se entablaron a la llegada de Monseñor Tristán a Cartago en 1782:

“Apenas llegó este prelado a Cartago, (...) el cura don Ramón de Azofeifa, denunció los escándalos de las festividades de los Ángeles. Se siguió una minuciosa información de testigos. Quedaron plenamente probados los escándalos y los abusos, y una vez terminada la diligencia, el prelado las dio a conocer en secreto al gobernador interino Flores, a los regidores del ayuntamiento y a los principales vecinos de la ciudad. En dicha reunión se acordó, entre otras cosas: 'que las fiestas no se celebrasen en el santuario, que se bajase a Nuestra Señora todos los años a la Iglesia Mayor; que los mayordomos y comisarios de las fiestas tuvieran los bailes y convites en sus casas; que en el santuario se pusiese el estudio de Gramática, para que nunca más la casa de Nuestra Señora se hiciese mesón público para todos los forasteros'. Es verdad. La devoción a la Virgen se había prostituido hasta el extremo, o mejor dicho, las festividades con que se celebraban se habían corrompido. Pero los abusos y escándalos eran un testimonio, aunque depravado, de la devoción que tenían los habitantes de la provincia hacia la Virgen”. (Idem )

¿Verdad o mentira?, ¿escándalo o exageración? Posiblemente nunca se sabrá a ciencia cierta. Lo único real es que en mitad del siglo XVIII ya se conocían denuncias, entre otras muchas, de que las actividades religiosas populares se combinaban con el humor y con la picardía de los costarricenses, llevados incluso a terrenos donde no rimaban con la filosofía de estas creencias. Esta condición de irreverencia es quizá un aspecto característico en el "tico", que ha hecho siempre de las suyas, para encontrar un momento de humor o de risa dentro de su cotidianidad. Ello no implica una aprobación o justificación de una actitud típicamente popular en la que no puede negarse la falta de compromiso y de espíritu enfrentada con sus creencias y sus convicciones.

Para los antepasados la Semana Mayor representaba un conjunto de creencias, tradiciones y devociones particulares, que los costarricenses de hoy no se muestran muy convencidos en seguir, en función de su propia conveniencia. No va a considerarse la conveniencia de ello. Tampoco si las prácticas sugeridas sean las apropiadas, es visible la incongruencia con el espacio reservado para la reflexión propicia en torno a estos misterios. Para personas mayores y para la iglesia, representa un aspecto de considerable preocupación.

Las fiestas navideñas, coronadas con la confección de portales, colocando los pasitos tradicionales en coloridos y simpáticos diseños, dieron con los años su espacio a tradiciones enajenantes y completamente fuera del contexto original de estas celebraciones y el de la idiosincrasia. Festividades como Corpus Christi y los días patronales en cada uno de los pueblos, gozaban también de gran espíritu de religiosidad, y en los que las comunidades se reunían para celebrarlos devotamente.



Cualquiera de las referencias, en su variedad de matices y presencias, constituyen la herencia criolla costarricense; producto de la fusión de dos culturas en un momento histórico determinado. Por algún motivo los "ticos" de finales del siglo XX no rescataron este patrimonio, ni desde la perspectiva cultural, ni desde la histórica, ni desde la religiosa. Lamentablemente con el desuso, tenderán a desaparecer a un paso cada vez más rápido. Sirva esta afirmación para reflexionar en la desgracia para un pueblo que no tiene ni conocimiento, ni interés en su tradición. ¿Qué puede esperarse del futuro, si el rico pasado (que responde a lo obtenido) se ha abandonado?

La devoción por su parte, ofrece la posibilidad de examinar principalmente las creencias de los costarricenses de ayer. Si bien es cierto que se confunde normalmente con el concepto de fe, los nacionales siempre supieron manifestar su identificación con la deidad por medio de estas experiencias y ejercicios. Se considera como devoción la práctica y la constancia en la religiosidad.

Es sabido por las abuelas, que se componían de rezos, jaculatorias y reflexiones específicas para casos concretos.  Por ejemplo en las tormentas era usual colocar un pedacito de la palma del domingo de Ramos en un recipiente con agua.

Cuando había un temblor, las mujeres de antaño rezaban el 'Trisagio', devoción dedicada a la alabanza y la sumisión ante las tres divinas personas que conforman la Trinidad, dogma central de la Iglesia Católica. El rosario se dedicaba en muchos menesteres: preparación de los difuntos al más allá en los tradicionales novenarios, cerrar el ciclo navideño en el que la Sagrada Familia (Jesús, María y José) habían sido hospedados en los hogares o simplemente se usaba para empezar o para terminar el día "puestos con Dios". El Vía Crucis era la meditación elemental para acompañar al Divino Redentor en su camino al Calvario. Una misma finalidad cumplía "La Dolorosa Pasión", ejercicio espiritual elemental del Viernes Santo a las tres de la tarde. "Los quince minutos con Jesús Sacramentado" era un documento redactado para visitar al Santísimo Sacramento en el Templo parroquial.



Al margen se empleaban una serie de novenas, o de oraciones específicas para problemas y situaciones concretas. Por ejemplo a san Pancracio se le pedía salud y trabajo. San Antonio se invocaba en la reparación de novias o maridos. San Alejo era el seleccionado para ahuyentar a las personas que querían hacer algún daño. San Ramón Nonato era requerido en los partos. San Isidro Labrador era el encargado de las lluvias, labor que compartía con el buen Apóstol Pedro. San Judas Tadeo, compañero de los casos desesperados. Santa Rita, especialmente requerida en la reparación de vivienda. Para los problemas de visión se llamaba a Santa Lucía. Para las enfermedades de la orina, San Benito era el preferido. Así sucesivamente se podría seguir presentando a la corte celestial en pleno, encargada, como si de ministros se tratara, de los más particulares (y materiales) menesteres.

Este sincretismo, heredado desde los primeros años de la cristiandad, constituyeron la fórmula mágica de los primeros evangelizadores del Siglo I, para conciliar las doctrinas de Jesús con los requerimientos de los pueblos politeístas y con profundos arraigos mitológicos. Sea como sea, constituyeron la base de la devoción de un pueblo que con sus novenas, oraciones, romerías y procesiones; manifestaron a viva voz un sentimiento muy rescatable, en torno a la expresión de sus creencias más manifiestas. Las ceremonias costarricenses, tal vez no tienen la riqueza de la fusión cultural de pueblos como Guatemala, Perú, México y otros latinoamericanos, pero constituyen la naturaleza de una nacionalidad y de un nacionalismo que en apariencia se ha perdido. Alguno podría argumentar que las tradiciones y devociones tampoco son propias, pero ante la desaparición de la auténtica identidad indígena, no hay nada más antiguo ni arraigado que la herencia colonial. Por eso en ésta se han sentado las bases de la esencia local.



La fe es un fenómeno más filosófico, que de otra naturaleza. Según su definición hay un enfrentamiento con la creencia de algo que no es concreto, sino más bien abstracto. Se le definiría como creer en algo que no se ve. En este sentido, todas las referencias anteriores (tradiciones y devociones) no están destinadas enteramente a su vivencia. Cuando se toca el punto de que el pueblo pierde la fe, no necesariamente tiene una relación directa con la muestra de signos externos. El hecho de que rece o no la novena, vaya o no a la procesión, rece o no el rosario; no tiene directa relación con la magnitud de la fe de alguien. Lo que si pareciera ponerla en entredicho es la práctica de combinar la pseudocreencia en Dios, con otros remedios más terrenales, como lo son las curanderas (os) o líderes espirituales. Estos se encargan de "hacer un poco de trabajo sucio". En contubernio con los interesados, buscan remedio por cuenta propia [cartas, bebedizos, "trabajos" (muestra de atraso, ignorancia y folclor, con una ausencia considerable de fe)] a aquello que la gente no está muy dispuesta a que Dios arregle por su cuenta y modo.

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